jueves, 12 de febrero de 2009

PERLONGHER Y SUS CADÁVERES INCORRUPTIBLES


Hoy un fantasma cruza la Calle 52. Atraviesa los territorios aparentemente infranqueables del tiempo y el miedo, con el mismo aire ausente y provocador con el que alguna vez cruzó el puente Avellaneda, en Buenos Aires, en plena dictadura militar, con tacos altos y un perfecto vestido amarillo, a pesar del frío y de la policía federal. Su nombre es Néstor Perlongher, poeta, sociólogo, homosexual, trotskista y anarquista. Un hombre libre y creativo que encontraba cadáveres allí donde otros sólo veían orden marcial y clerical. Y que puede hacer un poeta con tantos cadáveres sino poesía.

Fue un placer hacer un programa sobre él y escuchar su voz. Pueden descargar aquí los cuatro links de la audición:

Néstor Perlongher nació en Avellaneda, provincia de Buenos Aires, la noche de Navidad de 1949. Y otras noches como esa le trajeron el amor, la poesía, el Sida y la represión. Hoy, en la Calle 52, a través de sus palabras, Perlongher amontona los cuerpos muertos de una sociedad represora y reprimida. Hoy la voz de Néstor Pérlongher vuelve para limpiar el camino de tantos cadáveres.
Bendito de piedad, maldito de soledad, Néstor Perlonguer calla lo que asoma y no se dice en los baños de las estaciones de tren, con las rodillas clavadas en la humedad y la desesperaciòn, Perlonguer busca saciarse y no lo logra. Es un asunto de ojos abiertos, de chongos sin nombre y veinte pesos; es un negocio calculado con las sobras de las sombras; afuera los padres de familia esperan el coche de las nueve para volver a casa con sus hijos, en cambio Néstor, no muy lejos, canta odas silenciosas a los azulejos, al reborde verde, a los dibujos estampados en la puerta de los baños.
Néstor Perlongher murió de SIDA en San Pablo, el 26 de noviembre de 1992, no era un tipo formal, de modo que se cuidó muy bien de no dejarnos últimas palabras, se habrá ido calando diversas fiebres, alucinado en su jardín de cadáveres.
Y ya que no tenemos últimas palabras suyas, recurriremos a sus primeras palabras poéticas, las del poema Erase un animal, del libro Austria Hungría, los versos iniciales de Perlongher, que lo definen mejor que cualquier epitafio:

Érase un animal sangrante y dulce de rostros numerosos de cuyas heridas manaba la música y el sudor sangraba en sus deslices
Cuántos adverbios y adjetivos atrapara su estela, la envolvente Mala vida la suya mal sosiego su terquedad.
Oh instrumentos de viento donde se agitan los pezones aullados, ululados a la luz de una música china
galpones desfondados donde no halló resuello la virtud estambres desprolijos
Érase y érase : galanes rubios arrastraron como estandarte su fulgor pisándole los flecos
Érase un animal atado y turbio de fervientes desdichas alimentado por el polvillo de los rubíes y el sonido de las colinas